¿Cómo puedo saber si todo lo que me cuenta un medio es cierto? La respuesta corta, sin matices, es esta: “No puedo”.
Hay muchas informaciones que, por supuesto, sí puedo comprobar por mí mismo. Bien porque yo haya sido protagonista o testigo de esa información, o bien porque sepa dónde confirmarla por mí mismo. Pero supongamos, por ejemplo, que un medio me cuenta que acaba de ser hallado un individuo vivo del hombre de Flores; ya sabe, esa enigmática especie homínida, prácticamente contemporánea a nuestro tiempo, cuyos restos fueron encontrados en una isla de Indonesia en 2004. No tengo modo de confirmar por mí mismo si la noticia es cierta o no. Bueno, si me empeñara, quizá sí podría confirmarlo, pero para eso debería movilizar tal volumen de personas y recursos que, reconozcámoslo, no parece muy probable. Así pues, volvamos a la respuesta corta y sin matices: no puedo. Me resulta imposible saber si todo lo que me cuenta un medio es cierto.
Sin embargo, a veces conviene no quedarse con la respuesta corta y vale la pena entrar en matices. En este caso, la respuesta corta posiblemente podría conducirnos a una postura nihilista y desconfiada: puesto que de nada nos podemos fiar, en principio debemos poner en duda todo lo que nos cuentan los medios. Hoy día, ciertamente, no son pocos los ciudadanos que afirman haber caído en esa postura: «Ya no me creo nada de lo que dicen los medios«, se escucha cada vez con más frecuencia (y razones habrá para ello). Pero incluso quienes así se expresan, siempre confían como mínimo en algunas de las informaciones que leen, ven o escuchan en los medios.
El periodismo -me ahorro el adjetivo “buen”, pues me parece redundante- existe gracias a que las personas son capaces de depositar su confianza. Lo hacemos constantemente: cuando montamos en un avión, confiamos en que ingenieros, técnicos, controladores de vuelo y pilotos hagan bien su trabajo. Cuando dejamos a nuestros hijos al cargo de una escuela, confiamos en que los cuidarán y educarán debidamente. Incluso en un acto tan banal como abrir un grifo subyace una expresión de confianza: nos fiamos de que alguien ha velado por nosotros para que podamos beber despreocupados el agua que fluye de allí. La sociedad, en fin, funciona gracias a la confianza mutua.
El periodismo es una expresión más de esa confianza social: en principio, nos fiamos de lo que los medios nos cuentan. Pero, ojo, esa confianza no es un cheque en blanco: para mantenerla, un medio tiene que demostrar continuamente que está a la altura. Ya sabemos que si una compañía aérea descuida la seguridad de sus vuelos se quedará rápidamente sin pasajeros. Del mismo modo, los medios que difunden bulos pierden su crédito de la noche a la mañana. La credibilidad de un medio se construye trabajosamente noticia tras noticia, pero puede desmoronarse con una sola falsedad.
En los últimos años la red está contribuyendo a destapar no pocos errores, cuentos y patrañas publicados por los medios como aparentes noticias. Las redes sociales han multiplicado exponencialmente el número de personas que, desde cualquier rincón y en cualquier momento, refutan datos errados e informaciones falsas publicadas por los medios. Bien está. El escrutinio público de los medios resulta absolutamente saludable para el periodismo. Pero, no lo olvidemos, las redes sociales también han aumentado el volumen de personas y organizaciones interesadas en difundir chismes y engaños para su propio beneficio. Ante esa avalancha de desinformación, se necesitan fuertes diques con información de calidad.
Hoy día los medios gastan dinero en estudios de mercado para saber cómo atraer a la audiencia. Experimentan con productos y formatos con los que cautivar a hombres y mujeres, a jóvenes y adultos, a progresistas y conservadores. Uno a menudo piensa que todo eso, en el fondo, no son más que tonterías. Lo más eficaz para atraer al público es algo tan simple como difícil de conseguir: sean creíbles.
[Publicado originalmente en Blog de comunicación – UNIR]